Después de la fría noche del viernes, el sábado Madrid amaneció con el mismo frío que días anteriores, pero con un sol espléndido que invitaba a salir y disfrutar de la mañana. Así que volví a la misma zona en la que había pasado la tarde anterior para estrenar el regalo que mis amigos me habían hecho el día de mi cumpleaños: ser Amigo del Museo del Prado de Madrid durante todo un año.
Después de haber leído el libro de Javier Sierra sobre este lugar…podéis imaginar mi entusiasmo al cruzar esa puerta reservada en exclusiva y que dice Amigos del Prado gracias a una tarjetita roja que es una joyita. Gracias a ella podré entrar en el museo todas las veces que quiera, tendré acceso a contenidos exclusivos y descuentos. Nada más llegar ya me regalaron un librito naranja, muy manejable en tamaño, con todo lo que hay que conocer de este increíble lugar que siempre figura entre los 10 museos más importantes del mundo.
No lo he dejado de visitar nunca. En el colegio, en la facultad, cuando venía alguien de fuera con interés en visitarlo, por exposiciones temporales, porque una amiga me llamase para una visita guiada…No soy un erudito en el tema, pero le tengo especial aprecio a este y a otros museos de Madrid. Muchos piensan que cuando se visita una ciudad es una pérdida de tiempo visitar los museos, pero, por ejemplo, visitar el de Pérgamo en Berlín, el Metropolitan de Nueva York o el Guggenheim en Bilbao dejaron en mi un especial buen recuerdo de esas ciudades cuando las he visitado.
En mi esta primera experiencia como Amigo, visité la exposición temporal dedicada a la apasionante (después de saber cómo vivió no se puede definir de otra manera) vida de Mariano Fortuny como artista, coleccionista y figura fundamental de nuestro siglo XIX. Han tirado la casa por la ventana y el Prado nos muestra una selección enorme de obras y objetos del artista o relacionados con él que nos llevarán a un momento de nuestra historia en que viajar era más complicado en lo técnico, pero da la sensación de que la libertad de movimiento era mayor. Sus obras sobre el norte de África son las que más han llamado mi atención, en las que más tiempo me detuve y pude apreciar el amor que debió sentir el artista por esas tierras.
Completé la visita yendo de un lado para otro como si nunca hubiese estado dentro y aunque me olvidé del listadito que tenía preparado y que había extraído del libro de Javier Sierra sí encontré casi todas las obras que se tratan en él.
Pero tuve tiempo para ver obras de Velázquez, Goya, Sorolla, Rubens…¡Si hasta hubo un momento que perdí a mi acompañante! Dos horas dedicado a un frenesí cultural y queriendo aprender, aprender y aprender. Me encanta ver a esos estudiantes cuaderno en mano sentados enfrente de una obra. Me moría de ganas por sentarme con uno de ellos y que me contara que es lo que estaba observando.
En los tiempos que corre y con la inmediatez a la que estamos acostumbrados, hay otras expresiones artísticas que llaman más la atención. Hasta el 19 de febrero se puede ver en la Plaza Mayor de Madrid la última instalación de arte urbano de las que se llevan realizando en el lugar desde 2017 para celebrar su bicentenario.
Me encantan este tipo de iniciativas y me he interesado por el trabajo de esta artista norteamericana, que podéis ver en las alucinantes imágenes que se encuentran en su portafolio.
Un fin de semana fantástico solo podía tener un broche a la altura y es acabarlo en la calle del cine de Madrid (Martin de los Heros) para disfrutar de una de las mejores películas que he visto en lo que va de año.
The Florida Project, de Sean Baker es una dura y a la vez tierna película sobre la infancia de tres críos que viven en un motel barato a las afueras de Orlando (USA), muy cerca de Disneylandia. La película trata de la felicidad dentro de sus carencias, de cómo no son conscientes de los peligros que les acechan ni de los dramas que viven los adultos con los que conviven.
Sin ninguna concesión al melodrama en el que se pueden convertir algunas películas la vida de una madre soltera, algunas de las secuencias conmueven por su dureza y por la impotencia que sentimos al conocer los enormes fallos que tiene nuestra “perfecta” sociedad occidental. Quien la haya visto coincidirá conmigo en que pocas escenas de los últimos años encierran tanta fuerza como una en que los fuegos artificiales del famoso parque son los protagonistas.
Ni que decir tiene que me parece muy superior a El hilo invisible, El instante más oscuro o la ¿sobrevalorada? Call me by your name y no es porque estas sean malas películas, sino porque me parece muy injusto que la única mención que tenga la película a los Oscars sea por la actuación secundaria de un espléndido Willem Dafoe. Y en este caso es una actuación secundaria en serio, no un papel protagonista camuflado como en muchos casos, aquí Bobby es solo un mero espectador de las aventuras de tres niños que nos atrapan desde los 5 primeros minutos de la película.
A la salida, mientras comentábamos lo que acabábamos de ver, nos topamos con el equipo, Goya incluido, de Muchos hijos un mono y un castillo. Allí estaba Gustavo Salmerón dando protagonismo a sus padres que posaban sonrientes con aquellos que pedían foto y sujetar el premio ganado el fin de semana pasado. Simpatiquísimos la verdad, no se puede hacer mejor promoción de una película documental que tengo muchas ganas (espero hacerlo pronto) de ver.
Vistas como comentaba El hilo invisible y Call me by your name, este es por ahora y a falta de Ladybird y La forma del agua, mi orden de preferencia (que no mis apuestas).
Venga, ya solo quedan 2 días para que llegue el fin de semana. Y no, no he hecho ninguna referencia a la cursilada que se celebra hoy. ¡Faltaría más!