Hace años, en una discoteca de Madrid, se confundieron al presentarme y en lugar de llamarme Maxi me presentaron como Patxi (que nada tiene que ver con mi nombre) y es un alias que siempre he adoptado, de manera graciosa, cuando he viajado al norte de España. Unas cortas vacaciones de verano han propiciado un largo fin de semana entre dos capitales imprescindibles del norte de nuestro país, Bilbao y Santander.

Estos cuatro próximos post, para los que he creado la misma etiqueta #laszapatillasdePatxi, versarán sobre mis experiencias en aquellos lares, las cosas que he disfrutado y degustado por allí y mis sensaciones (muy personales) sobre lo que me he encontrado en unos lugares de sobra conocidos y sobre los que estas entradas tienen poco, y no estoy tratando de ser humilde, que aportar.

BILBAO

Empezaré cada post con la foto del mapa con la previsión que me daba el tiempo puesto que el tema fue un mantra los días previos a la escapada: ¡Alma de cántaro! ¿Dónde vas a ir con este tiempo? ¡Hay alertas rojas, naranjas y amarillas por todo el país!  y cosas por el estilo. El jueves era, a priori, el día más tranquilo. Así se presentaba el 21 de noviembre de 2019…

Los aproximadamente 400 kilómetros que separan Madrid de Bilbao regalan, en su tramo final, unas vistas que en parte justifican el ahora menos salvaje peaje de la AP-68, una de las autopistas más caras de nuestro país que entiendo lo es en parte por las maravillosas vistas, no es broma, que ofrece su recorrido. Ese temido momento que vive el protagonista de Ocho Apellidos Vascos al aproximarse a aquellas (Cuando sale de un túnel y se encuentra con Mordor) no fue tal, pues el País Vasco nos recibió con un sol espléndido que no se iría ya en todo el día.

Ya había estado en Bilbao más veces y no tenía que hacer méritos para entusiasmarme, aunque el destino final del viaje era otro, esta ciudad siempre me ha gustado por su calles, su pasado industrial y por como se ha reconvertido en una capital de referencia en temas culturales. Bilbao ha ganado mucho en los últimos años y la reconversión del entorno de la ría que la cruza ha sido fundamental. En mi opinión es un destino obligado dentro de las 10 ciudades que hay que conocer de nuestro país pero, como digo es una opinión que puede no ser compartida.

El primer paseo me llevó a cruzar el puente Zubizuri ideado por Calatrava (que ya no patina por tener una conveniente moqueta plástica) para llegar a la Gran Vía de Don Diego López de Haro, una de las calles más elegantes de nuestro país, donde está la sede de la entidad que toma el nombre de la ciudad y que es especialmente agradable por los árboles que encontramos en cada una de las aceras. Hay un cruce de cebra, en cruz, que me recuerda al de Shibuya en Japón, pero conociendo a los Bilbaínos, estoy seguro que los japoneses se lo copiaron.

De ahí cruzamos al casco antiguo y tomamos el aperitivo en la Plaza Nueva. Hablar de pintxos (así con tx) en el País Vasco, en cualquiera de sus ciudades, es algo que huelga mencionar: es LA TIERRA del pintxo.  Como los turistas cuando ven los museos del Jamón en el centro de Madrid, así me quedo yo cuando entro en cualquier tasca y veo una barra llena pintxos y, para los que me leen fuera de España, no se trata de un simple trocito de pan con algo encima sino que los elaboran de tal manera que siempre tienes preguntar qué es lo que llevan porque es difícil adivinarlo. Se lo trabajan mucho eso y es algo que agradece el consumidor por mucho que a veces se pierda entre tanta variedad.

Recalé en dos, Culmen, muy coqueto todo pintado de azul, y Sorginzulo, algo más tradicional y con un montón de premios a sus pintxos. En los dos la atención fue muy cordial y hasta nos echamos una risas comentando lo caótica que era Madrid comparada con Bilbao. De ese rato me llevo unos de los mejores momentos del viaje.

Quería conocer, la había visto por internet, la librería Cámara en la calle Euskalduna y hasta allí fuimos para encontrarnos, como bien dicen a quienes he consultado, con una librería llena de encanto en la que podría perderme horas.  Me gusta su aire de librería clásica y su techo de color rojo, su increíble catálogo y su aspecto de gran biblioteca. Me quedé enamorado. Justo enfrente está Joker, una librería de cómics enorme. Estoy acostumbrado a visitar las de Madrid, pero no conocía ninguna tan grande. Si hubiese llegado antes, eran casi las 2 de la tarde, hubiese perdido horas allí. Presiento que, de vivir en Bilbao, Euskalduna sería una calle que visitaría frecuentemente.

Así de bonita es Cámara

Así de genial es Joker, como el personaje…

En la misma calle, la cafetería-restaurante La Machine, conocida por sus tostas y hamburguesas, nos ofreció un competitivo menú del día, ese invento tan español que sirve a los trabajadores habituales y que es una ventaja para aquellos que hacemos turismo en un día laborable.

Desde 1997 cuando abrió sus puertas, el Museo Guggenheim ha cambiado la configuración de la ciudad en cuanto a que el edificio ideado por el arquitecto Frank Gehry es tan icónico en Bilbao como la Torre Eiffel en París o La Puerta de Alcalá en Madrid. Aunque no tuviese ninguna obra de arte en su interior, el museo ya lo es en sí mismo. El fondo de arte moderno y contemporáneo que tiene: Serra, Koons, Warhol, Basquiat, Rothko, Chillida…ya es suficiente para visitarlo y siempre tiene interesantes exposiciones de las que disfrutar. Obviamente, es increíble que la gente aún se lo pregunte, no se pueden hacer fotos dentro de las galerías por lo que comparto las que sí se pueden hacer a algunas obras como los tulipanes de Koons o los paneles de Jenny Holzer.

Las fotografías, muy impactantes y en formato gigante, de Thomas Struth o una interesante selección de pinturas del museo alemán Kunsthalle Bremen que incluye obras alemanas y francesas del siglo XIX y XX y nos permite ver los primeros acercamientos al arte moderno, son dos de las propuestas de un museo en actividad constante. Haber leído los libros de Will Gompertz y Oscar García García (que va a pensar que soy un acosador de tanto que lo menciono) hace que la visita haya sido muy bien aprovechada. En la tienda del museo encontré dos tomos que Taschen no ha publicado en castellano y que por solo 10 euros cada uno me acercan a dos artistas del Siglo XX que siempre me han fascinado: Tamara de Lempicka y Francis Bacon.

Al salir hice unas 300.000 fotos al entorno. El conjunto con el puente de las Salve, construido en los años 70 y mejorado con una gran puerta roja del artista francés Daniel Buren, me parece un espectáculo y siempre distinto dependiendo de la hora del día en que lo observes. De camino al hotel encontré a un chico oriental haciéndole un dibujo al edificio y le pedí hacerle una foto, pues le estaba quedando fenomenal.

Cenamos en Happy River, nos habían recomendado un sitio moderno y de moda y allí fuimos. Es el típico monisitio (palabra muy usada para describir un lugar muy “mono” en cuanto a decoración) agradable donde hay fusión de cocinas y una buena coctelería. No aporta una novedad con respecto a sitios que ya conozco en Madrid y aunque pincharon con el sushi, algo basto, acertaron de pleno con el ceviche (exquisito) y con el Pisco Sour, uno de los mejores que he probado nunca.

La música escuchada en el local, que no tiene porque ser la que a mi me gusta pero con la que también acertaron, forma parte de la primera de las 4 listas de reproducción que servirán como complemento, como sonidos del día, a esta escapada. Cada post irá acompañado de la música que marcó cada uno de los días aunque, a veces, no sea de mi preferencia.

El próximo capítulo, mañana (esta vez en serio porque no publicaré nada hasta tener listos los 4). Todos los agradecimientos, que los daré, irán al final de esta, espero, entretenida serie.
Gracias por leerme

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