KIOTO, sábado 15 de agosto de 2014 (madre mía, ¡qué calor!)
«Día libre para sus actividades personales». Al ser pocos los días en los que poder conocer mejor los dos núcleos urbanos importantes que íbamos a visitar, no tomamos ninguna de las excursiones ofertadas y decidimos hacerlo a nuestro ritmo y gusto. Resulto ser el mejor día hasta entonces de los que pasé en Japón.
Sin el rigor de levantarnos tan pronto, hicimos prácticamente el misma excursión que una de las ofertadas ¿Adivináis? ¡Más templos! Pero si tengo que decir la verdad estos fueron los que más me gustaron, quizás porque no tenía prisa en verlos o porque ofrecían cosas realmente espectaculares como veréis a continuación.
Tomamos un tranvía que nos llevó directo a Arashiyama donde visitamos el Templo Tenrygury y el Bosque de Bambus. El tranvía no tienen nada de especial y el trayecto es rápido, 17 minutos, pero bastante aburrido. Lo bueno está al llegar a la estación final. Es como si hubieses llegado a un pueblito muy alejado de la ciudad. Del templo lo mejor es un jardín zen y el hecho de que lo puedas visitar, sentarte en sus tatamis, sacar fotos del interior y disfrutar de su apabullante jardín Zen.
Junto al templo hay un espectacular bosque de bambú al que tendré que volver (ojalá), porque tuvimos un fallo, nos perdimos el puente de Togetsuko…vaya, con lo cerquita que estabamos. Nos dió por entretenernos con un bodorrio que se estaba celebrando y claro, ni nos fijamos en la guía que llevabamos. El bosque merecía la visita en cualquier caso.
De allí fuimos a la otra punta de la ciudad a conocer el Monte Inari donde se encuentra el santuario sintorísta Fushimi Inari Taisha donde un camino de miles de torii se distribuyen por toda la montaña. Se puede visitar la sala principal, pero lo mejor es subir la montaña a través de las calles que forman los torii. Es una de las cosas más espectaculares y bellas que he visto en mi vida. Si se llega a la cumbre se de otra perspectiva de la ciudad. Tengo mil fotos en la zona, en serio, y es aquí en el único lugar que compré un souvenir con todas las letras: un mini-torii.
El día acabo a la grande. Después de comer tocaron mi fibra sensible…«Maxi…¿sabías que en Kioto está el museo internacional del Manga?». Casi me pongo a llorar de la emoción y tras un rápido sandwich (otra vez), para allá que fuimos.
Ojalá en nuestro país la cultura del cómic tuviese la importancia y el prestigio que tiene en Japón. El manga no es una cosa de niños y ves a gente de todas las edades con los pequeños libritos que, como todo aficionado que se precie sabe, se leen de atrás para adelante. Dicen que si no sabes japonés este museo no es apenas disfrutable pero yo no comparto esa opinión. Miles de volúmenes ordenados por colección y año distribuidos por todo el edificio que el visitante puede tomar para leer dentro o en el jardín que hay en la entrada. A eso hay que añadir paneles explicativos sobre la historia del manga, zonas lúdicas y tienda de recuerdos. Para un aficionado como yo al cómics, Japón es un paraíso. La capacidad de su industria es alucinante por no hablar de la animación y la música pop derivada del mismo. Todavía me quedaba Tokio, pero Kioto ya ma había conquistado.
Más o menos este fue el recorrido, todo usando la red de transporte público y haciendo amenos traslados a pie.
Para decir adiós a Kioto volvimos al centro, paseamos por sus galerías comerciales y otra vez muertos a la cama. No podía estar más encantado con el día y con la ciudad en la que había pasado los dos últimos días.
LECCIÓN DEL DÍA: ¡Nunca más me acomplejaré por leer comics después de los 40 años! (en realidad nunca lo he estado, pero como sentencia no queda mal)