Praga! ¡Praga! ¡Praga! ¡Praga!
Ya comentaba en el post anterior que habíamos llegado a la capital de la República Checa y de mis primeras experiencias en ella. A principios de los años 90, mientras estudiaba, recuerdo que una compañera, que quería preparar un viaje en grupo, decía algo así como: “Praga es ahora”. Hacía referencia claramente a que en aquel momento, poco tiempo después de la apertura de los países del este, la ciudad no estaba tan explotada turísticamente y a que sus precios resultarían competitivos. Sobre lo primero tenía razón, ya que son hordas de turistas las que ocupan las calles de esta ciudad imperial. Sobre lo segundo también, hoy en República Checa casi todos los precios están en las dos monedas (coronas /euros) y al cambio nada es sustancialmente más barato, ni siquiera la cerveza (zona turística), que respecto de lo que pudiéramos pagar, por ejemplo, en la Plaza Mayor de Madrid.
La ciudad no me ha decepcionado ni mucho menos pero es un lugar del que me han contado tantas maravillas que no puedo evitar reconocer que me lo esperaba tal y como me lo he encontrado. Me esperaba un lugar maravilloso y eso es justamente lo que me ha pasado al llegar aquí. Nada que objetar a las muchedumbres, ya que todos están como yo, pero he llegado a comentar que es probable que en el fúturo pongan restricciones al turismo (es broma…je je je).
El recorrido turístico lo hemos comenzado en la Puerta de la Pólvora, la más famosa de las 13 entradas para acceder a la ciudad vieja. Hemos ido hasta la plaza donde encontramos las primeras iglesias (de las muchas) que nos toparemos por el camino, la de Nuestra Señora de Tyn, rodeada de edificios que posibilitan su acceso solo por un estrecho pasillo y la de San Nicolas Stare Mesto. Un poco más adelante está el Ayuntamiento Viejo con un famoso reloj con carrillón que es una imagen muy típica de la ciudad. Luego hemos hecho la calle de Carlos (Karlova) para llegar a otro punto representativo (a lo mejor el más) de la ciudad: El puente de Carlos IV sobre el rio Moldava. Un puente de piedra que Carlos IV encargó en 1357 y que está poblado de esculturas de santos. Está flanqueado por dos torres que se pueden visitar (previo pago, of course).
Atestado de gente, aunque menos que otros que conozco (me viene a la cabeza el infernal Puente Vecchio de Florencia), une la ciudad vieja con la Mala Strana, donde hay montones de cosas que ver y calles que ver pero que hemos dejado aparcado para acércanos a la parte más alejada, la denominada El Castillo, donde se encuentra otra joya de Praga, La Catedral.
Por unos 10 euros consigues un combinado para ver La Catedral, impresionante, El antiguo Palacio Real, la Basílica de San Jorge y El Callejón del Oro. Sobre este último comentar que es una callejuela con casitas de colores y que en el siglo XVII estuvo habitada por orfebres. Es un curioso lugar que también hay que visitar porque una figura de la literatura universal vivió allí. En el número 22, donde ahora una librería vende sus obras, residió Franz Kafka.
Leí la Metamorfosis unos meses antes de empezar a trabajar y gracias a una colección de libros de un conocido diario en la que esta obra se incluida dentro de las mejores de todos los tiempos. La lectura me gusto y me animo a leer un segundo libro del autor, El Proceso, que me pareció bueno pero muy espeso. Mientras visitaba la pequeña casita en la que vivió me di cuenta de que en este viaje he visto mucho eso de “aquí vivió”, “aquí compuso” y me he dado cuenta que es una cosa que, con lo que me gusta el arte, me interesa bastante poco. Es decir, me gustan la Metamorfosis y Las Bodas De Fígaro y no tengo menor necesidad, ni entiendo la explotación turística, de donde se ató las zapatillas Kafka o donde se afeitaba Mozart.
Volviendo sobre La Catedral, erigida en honor a San Vito, es un edificio gótico realmente espectacular. Tan asombrado estaba ante lo magnifico de la edificación que no he prestado atención a prácticamente ni una de las figuras (muchas) que la pueblan. Es muy recomendable visitar inmediatamente después, por eso del contraste, la Basílica de San Jorge por su arquitectura románica y sus frescos milenarios. En el Palacio Real hay un par de balcones que permiten una vista espectacular de la ciudad y en él se encuentran las joyas de la corona que me han parecido las típicas (siento la irreverencia) baratijas de un chino.
En la Mala Strana merecerá la pena perderse un poco más, seguro, pero tocaba comer así que hemos bajado del castillo y hemos llegado hasta el Rodolfinum, sede de la filarmónica Checa, y por tanto al Barrio Judío, con poca actividad teniendo en cuenta que es sábado. Otro punto que tendrá que esperar a nuestro segundo día aquí.
Callejeando, camino de la ciudad nueva, nos hemos topado con un cartel que ponía: Tonight: Cosí Fan Tute. Esa es la ópera de Mozart (de las que no he visto) que más ganas tenía de ver así que no lo hemos dudado. Escribo esto unos minutos antes de partir para ver mi primera ópera fuera de España y lo haré (nada más y nada menos) que en el Teatro de los Estados, lugar donde Mozart estrenó Don Giovanni allá por 1787. Un lujazo que ya os contaré.
Praga es mágica y pura historia. Es un cuento y espero que sus fans no se sientan defraudados y entiendan lo difícil que es resumir las impresiones que causa en un simple blog. Como siempre he elegido recorrerla 100% a pie para dejarme lo menos posible pero seguro que algo quedará (siempre).
Gracias por leerme.
Saludos.