No sé nada sobre literatura norteamericana. Habiendo estudiado en España, uno está más próximo a la inmensidad de la obra de los genios literarios españoles o latinoamericanos que a las de sus homólogos anglosajones. La literatura clásica inglesa solía, no se hoy, formar parte de la asignatura del idioma, pero solo con pequeñas impresiones.
En cuanto a la literatura norteamericana había un problema añadido, las grandes novelas u obras de teatro se publicaron o estrenaron en la segunda mitad del siglo XX con lo cual quedaban relegadas a los últimos meses del ciclo formativo y si tenemos en cuenta el boom latinoamericano que se produjo en el siglo pasado, podrán entender que se pasaba de puntillas por los Keruac, Salinger, Lee y los Capote de turno.
A pesar de todo eso Pepa, una profesora a la que estaré agradecido hasta el fin de los tiempos, incluyó tres libros en el temario de Lengua en 1ª de B.U.P que me marcaron a la tierna edad de 15 años:
La llave de cristal / The Glass Key / Dasshiel Hammet 1931
El guardián entre el centeno/ The Catcher in the Rye / JD Salinger 1951
Rebeldes / Outsiders/ Susan E. Hinton 1965
Estas obras son consideradas clásicos de la joven literatura norteamericana. Más tarde descubrí a Capote y Keruac, muy cools en mi época universitaria. En cuanto al teatro fue el cine, que curioso, el que me llevo hasta él. Un Tranvía Llamado Deseo o La Gata Sobre El Tejado de Zinc Caliente de Tenesse Williams, son obras que conocí gracias a grades películas y que me dejaron, a pesar de no ser fáciles, un buen (y agrio) sabor de boca. Tanto es así que cuando en Madrid algún teatro incluye una obra norteamericana de mediados del siglo pasado corro a comprar entradas para no perdérmelo. Ya me pasó con ¿Quién Teme a Virginia Wolf? la dura obra de Edward Albee estrenada en 1962 y ahora con El Zoo De Cristal, de Williams, que se ha estado representando hasta ahora en el Teatro Bellas Artes de Madrid.
Silvia Marsó es Amanda Wingfield, esa madre aferrada a la esperanza que anhela un pasado de esplendor al que es imposible volver. Ella quiere lo mejor paras sus hijos, Tom, Alejandro Arestegui, y Laura, Pilar Gil. Él es un escritor frustrado atrapado en un gris trabajo en una zapatería y ella una tímida muchacha con una leve cojera que cuida con mimo su colección de figuritas de cristal. La acción, que se desarrolla en un claustrofóbico piso del sur del Estados Unidos de entreguerras, da un vuelco cuando Amanda parece descubrir la solución para el futuro de Laura: verla felizmente casada con un compañero de Tom, Jim, interpretado por Carlos García Cortázar.
La obra se resume perfectamente en uno de los pilares fundamentales de las relaciones familiares, la diferencia entre lo que los padres quieren que sus hijos sean y los que éstos quieren ser. Ese ¡Levántate y Triunfa! con al que Amanda despierta a un resacoso Tom cada mañana y que mina, día a día, la moral de este frustrado escritor podría ser el elemento en el que gira toda la obra. Dos palabras y una conjunción que abren una caja de pandora llena de reproches, rencores, frustraciones y sueños sin cumplir. Es desconcertante el hecho de no encontrar un “malo” en la historia, alguien a quien echarle la culpa de lo mal que va todo porque es imposible, aunque sea por un momento, ponerse en el piel de los cuatro personajes…¿Quién no quiere lo mejor para sus hijos? ¿Quién no haría lo que fuera por cumplir sus sueños? ¿Quién no se ha sentido alguna vez desplazado o diferente?
La obra acaba de terminar de representarse en Madrid. He visto, gracias al enlace de Secuencia3, coproductora de la obra, que saldrán nuevamente de gira a partir del mes de septiembre y os recomiendo que allá donde vayan y tengáis oportunidad, no os la perdáis. El 24 de octubre estarán en Villaviciosa de Odón y yo repito. El director Francisco Vidal debe estar orgullosísimo de hacer teatro con MAYÚSCULAS con cuatro soberbios actores. Mi enhorabuena a todos ellos desde este humilde blog que escribe alguien a quien ellos han emocionado de verdad. Hay momentos en que uno descubre que está ante algo especial y único. En una de las escenas aparece la espléndida Silvia Marso agitando un abanico vestida de sureña, atrapando todas las miradas y haciéndome pensar: ¡Estoy delante de una autentica Dama de las Tablas! para inmediatamente después hacerme echar una lágrima pensando en todo lo que fue y no será. Divina. Fantástica. Todos los adjetivos son pocos. Me dolieron las manos de aplaudir.
¡Que viva el teatro por siempre jamás!