Una de las principales frustraciones que tiene un buen amante de la música cuando no tiene un oído fino es su imposibilidad de entonar o de tocar cualquier instrumento que no sea precisamente el único que tengo: la pandereta (Tambourine, en inglés, me gusta más).

Mi falta de talento musical es tan patente que no puedo sentir más que admiración por aquellos que lo tienen y que son capaces de compartirlo con los demás. Tanto es así que quiero dejar para el recuerdo los momentos que este mes de octubre me han ofrecido un español y un norteamericano que me son muy cercanos y que tienen, entre sus muchas virtudes, la de ser músicos. El primero es casi familia y el segundo es un amigo cuya conexión es una compañera con la que paso, literalmente, 8 horas diarias frente a frente.
Mario Prisuelos es pianista, amigo y hasta hijo predilecto, su vocación con la difusión de la cultura merecería muchos más títulos, del pueblo que lo vio crecer. Uno puede buscar su curriculum en su web pero yo voy a escribir sobre lo que conozco de él, sin tener ninguna vocación crítica pues mi asombro sobre alguien que puede hacer algo que para mí es impensable aleja cualquier comentario negativo que pueda tener (por eso este blog es personal).
Ya son varios los conciertos a los que he tenido la suerte de asistir y leo que los entendidos aplauden su forma de tocar y lo arriesgado de un repertorio que no es de los fáciles. Apostar por el siglo XX y por compositores que están vivos no es siempre del agrado de un público que cuando se sienta a oír a un pianista piensa siempre en los clásicos. Ese riesgo, esa convicción en difundir algo contra corriente es la virtud que más destaco de Mario como artista.
Todos los años organiza un festival de música clásica en Villaviciosa de Odón que merecería más difusión solo por la labor encomiable de llevar trocitos de cultura allá donde hay gente que no se desplazaría a otros lados para obtenerlos. Que te pongan un chelo en la puerta de tu casa hace mucho más que veinte programas de música en televisión, por poner un ejemplo.
Quiso la casualidad que justo al acabar de leer la estupenda novela sobre las faenas que el régimen de Stalin le hizo al compositor Dmitri Shostakóvich, (El ruido del tiempo, Julian Barnes), Mario nos presentara un original repertorio con el que pocos días después se presentaría en el Museo Reina Sofía de Madrid.

Durante una hora interpretó 48 piezas, intercalando preludios del citado compositor ruso y los interludios del español Jesús Rueda, con una absoluta muestra de control… ¡48 piezas! ¡Para volverse tarumba! Era imposible no mantener el interés del “y ahora qué” mientras asistíamos al concierto. Son de esas actuaciones que crean afición que pueden hacer que uno de los muchos que asistíamos al concierto se interesase de nuevas, ganando así un nuevo adepto a la música clásica. A mí, que soy pop por naturaleza, la música clásica me ganó hace años así que Mario tiene en mí al típico público entregado.
Está a punto de comenzar una gira por Estados Unidos, que casualidad, el país de origen del otro talentoso protagonista de este post, Kelly Miller.
Otra cosa que nada tiene que ver con mi naturaleza musical es Bob Dylan. Sé que habrá muchas decepciones pero mis influencias musicales, que siempre fueron más anglosajonas que latinas, se centraron en el pop – rock, primero comercial y luego más independiente, pero alejado de los tótems americanos que representan Dylan o Springsteen. Con los años, sobre todo por la madurez, he logrado apreciar bastante la música del segundo hasta tal punto de asistir a un concierto suyo en Benidorm (sí, Benidorm) y, es curioso, suena a todo volumen desde la casa de mi vecino justo mientras estoy escribiendo esto.

A Kelly le encanta Dylan pero convergemos en un mismo punto, nuestra afición por la música siempre que esta no sea reggaetón (único género musical que ha agotado todos los cartuchos en las oportunidades que le he dado). Parte se esa convergencia se vio reflejada en una invitación realizada en la estrella de los medios sociales para asistir a un concierto suyo absolutamente íntimo y personal. La propuesta me gustó desde el primer momento.
Gracias a una plataforma participativa, rellenas un cuestionario y entras a formar parte de Meetup, un sitio desde donde surgen diferentes propuestas a las que puedes apuntarte de acuerdo a los intereses que tengas. Mi primera experiencia en ella ha sido para asistir en pleno centro de Madrid y en un piso (grande, pero piso) a un concierto que por el lugar, la gente y el artista ya es inolvidable.
Kelly toca la guitarra, la armónica (si la primera me parece complicada, la segunda, que lleva en su nombre la palabra armonía, me resulta de otra galaxia) y canta sus propias, o de algún buen amigo, composiciones. Aunque hace covers y es capaz de participar en un tributo a los mencionados Popes de la música contemporánea, el concierto con el que casi he cerrado mis experiencias musicales de octubre, lo fue exclusivamente de canciones suyas o, como he comentado, escritas por algún amigo. Vivencias, historias costumbristas, anhelos personales y cierto tono de nostalgia contenida es lo que me pareció encontrar en sus letras.

¿La palabra? Emoción creo que es la que mejor describe la situación de un salón con apenas 20 personas y una de ellas entregada por completo a compartir su talento. Para mí, que no me sé la letra de canciones que he oído desde hace casi 40 años, ya me parece alucinante que alguien no se olvide de una letra, pero componer, cantar (bien) y entonar ya es algo que , como para mi es imposible, me parece digno de admiración. He encontrado este vídeo suyo haciendo un cover de Bruce, pero en serio, en vivo (y con sus canciones) es muchísimo mejor.
Quien sí entiende de música, tiene formación musical, oye cuando alguien ha desafinado o cuando un instrumento da una mala nota que es el compañero circunstancial de todos los post de este blog comentó: “vaya si canta bien Kelly”. Es una opinión muy válida que me sirve a mí para defender lo que me gusta con mucha más convicción.
Las emociones que producen un gran teatro, un estadio, un auditorio, una plaza mayor, que acogen un concierto son siempre fuertes pero os recomiendo probar la intimidad de una sala de cámara o de un pequeño salón donde no hay barrera posible entre el artista y su público. Un 10 redondo le doy la experiencia. Espero repetir.
Mi sobrina me bautizó como Musication, aquí sigo. He rescatado mi pandereta, a ver si convenzo a Mario o a Kelly para que me lleven con ellos de gira en plan Concierto para piano y pandereta o Tambourine & Guitar : the next experience…pero veo la cosa difícil.
Gracias por leerme