
Exceptuando mis adoradas escapadas en coche a Cádiz, o no hago ninguna en meses o soy experto en complicarme el calendario. Cuando hace meses Kylie Minogue anunció concierto el 9 de noviembre (fiesta en Madrid) en París no caí en la cuenta en que un fin de semana antes tendría un evento en Madeira, pero ni lo pensé, una fiesta que solo lo es en Madrid capital es siempre una magnífica oportunidad, por precio y aglomeraciones, para escaparse y nunca hay un lugar donde hacerlo que sea mejor que uno que ya conoces.
Así que aprovechando que volar un jueves y volver un domingo por la mañana es infinitamente más barato que hacerlo un viernes volviendo un domingo por la noche y coincidiendo con la plana mayor de gobernantes mundiales: oh la la… aquí van dos días en París donde la Torre Eiffel fue vista solo desde un Uber.
He estado muchas veces en París por lo que cada vez que vuelvo a ella, la disfruto de una manera muy similar a como disfruto Madrid, sin stress. Ir a ver a Kylie, soy seguidor suyo desde los tiempos del Better The Devil You Know, servía como excusa para hacer en la ciudad un montón de cosas que aún no había hecho.
¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos de Will Gomperz me enseñó a ver de otra manera el arte moderno y a apreciar especialmente el de los siglos XIX y XX y buena parte del vuelo de ida lo pasé leyendo el especial El siglo XIX, 100 años de progreso y revolución, un especial de la Revista Historia editada por National Geographic, donde he podido refrescar el contexto en el que se desarrolló el arte de ese periodo. Otro libro, Niveles de vida de Julián Barnes, nos presenta a los primeros aventureros del aire entre los que se incluye a Gaspard-Félix Tournachon, conocido como Nadar (1820-1910) y a quien perteneció el local donde se celebró la primera exposición impresionista en 1874, y es precisamente los cuadros de aquellos que participaron en aquella exposición los que quería ver.
Todo lo que gira en torno aquellos años y al arte moderno que germinó en esos años suscita en mi mucha curiosidad. Así que, contraviniendo a aquellos que piensan que en un viaje de dos días no merece la pena visitar un museo, diré que uno de los objetivos principales del mismo era conocer el Museo de Orsay, uno de los más famosos del mundo y al que pertenecen algunas de las pinturas más importantes del siglo XIX.
Compradas las entradas con antelación uno tiene asegurado el acceso para todo un día a un lugar donde encontrar las obras clave de pintores como Courbet, Manet, Renoir, Degas, Van Gogh, Gauguin, Toulouse-Lautrec y muchos más. Estoy bastante entusiasmado escribiendo esto y no quiero repetirme en muletillas que uso en exceso, pero nada más pasar el control de acceso al lugar solté un «¡Qué contento estoy de estar aquí!» que oyeron todos los que estaban a mi alrededor.
Son horas las que se pueden pasar dentro de este museo, pero con cierta urgencia, no lo voy a negar, y como cualquier otro turista, corrí a ver las salas de los impresionistas y me quedé, valga la redundancia y la ocurrencia fácil, impresionado. Al entrar por el sitio indebido, lo primero que me encontré fue la pintura de Georges Seurat, un reencuentro fortuito con un pintor de descubrí en mis años de instituto (Historia del Arte) y cuya obra pude apreciar en la National Gallery de Londres (de la que me traje una reproducción que aún hoy cuelga de las paredes de mi casa)
Y digo que entré por el sitio indebido porque la exposición, que es permanente, no está en lugar definitivo y porque Seurat está en el grupo de los neo-impresionistas y yo debería haber empezado por aquel que sin formar parte del movimiento fue el antecedente directo. Tanto había leído sobre El Almuerzo Campestre de Édouard Manet que no me creía del todo que estaba ante la obra original. Aquella que provocó el escándalo y críticas durísimas de los más conservadores contra el pintor. La obra es de 1863, 11 años después estallaría una corriente que cambiaría (otra vez) para siempre el mundo del arte.
Paul Cézanne, Edgar Degas, Claude Monet, Camille Pissarro y Pierre-Auguste Renoir fueron quizás los nombres que después han sido más populares de los más de 30 que participaron en aquella exposición y de todos ellos se pueden encontrar obras en este museo. Aunque el cuadro que se sitúa como origen del Impresionismo no se encuentra en el Museo de Orsay, Impresión, sol naciente de Monet, el resto es realmente apabullante.
Hommage à Delacroix de Henri Fantin-Latour
Le Déjeuner sur l’Herbe de Édouard Manet
Bal au moulin de la Galette de Pierre-Auguste Renoir
Ensayos de mujer con sombrilla de Monet
Mujeres con Sombrilla de Claude Monet
Le Pont Japonais de Claude Monet
Marcel Proust de Jacques-Emile Blanche
Restaurant de la Machine à Bougival de Maurice de Vlaminck
Le quai Saint-Michel et Notre-Dame de Maximilien Luce
Son solo algunos de los cuadros a los que tome fotografía, pero hay muchos, como los de Van Gogh o Gauguin que me limité a observar al darme cuenta de que una foto capta la imagen pero no la sensación que se tiene al estar ante pinturas como estas.
El recorrido que el Museo propone desde los últimos 50 años del siglo XIX en pintura y escultura es muy interesante y me gustó tanto que no dude en llevarme un libro, el menos voluminoso que encontré, sobre todo lo que había visto.
El lugar en sí ya es una obra de arte del que hice 300 fotos y mantiene una interesante agenda de exposiciones temporales que son todo un reclamo: del muy pop Julian Schnabel y sus platos rotos a dos períodos del eterno Picasso pasando por la exposición que más me gustó: Renoir Père et fils, que relaciona las obras de Pierre-Auguste Renoir, afamando pintor impresionista con las de su hijo, Jean Renoir, revolucionario hombre de cine. Una joya.
Cambiamos absolutamente de tercio al salir de allí. Decidimos ir caminando por la rivera del Sena hasta el lugar donde teníamos una segunda cita cultural pero de camino bordeamos el Pompidou, uno de mis edificios favoritos de la ciudad.
Cerca de allí nos encontramos con Lucky Records, una tienda de la que me había hablado mi amigo Manuel y que está especializada en la discografía de Madonna. El lugar me pareció curioso y no deja de llamarme la atención que existan en París dos tiendas dedicadas casi en exclusiva a la Señora de Detroit (la otra vendrá en la tercera de las cinco entradas que dedicaré a la ciudad de la luz). Tengo que volver con Manu, pero presiento que es mejor que no lo hagamos juntos porque nos volveríamos locos.
Cuando llegamos a la Bastilla ya era la hora de comer y lo hicimos en una pizzería que bien podría estar en cualquier rincón de Malasaña y que un viernes a mediodía tenía un ambientazo. En este punto me toca romper una lanza en favor de la ciudad y comentar que pese a la fama de cara que tiene, se encuentran muchos lugares donde comer razonablemente bien y a buen precio.
Y vamos con la siguiente cita cultural de la jornada: L’Atelier des Lumières es un innovador concepto de arte inmersivo que como dice la propia web :
«En el distrito XI de París, el Atelier des Lumières (Taller de las Luces) es un centro de arte digital creado en una antigua fundición del siglo XIX reformada. Exposiciones digitales inmersivas, que rinden homenaje a grandes nombres de la historia del arte, se proyectan en el suelo y en paredes de más de 10 metros de altura en el Hall del Taller.»
No lo podría describir mejor. Lo vi en una publicación en Instagram y enseguida busqué la información en internet sobre el lugar y vaya si lo recomiendo. En este momento se proyectan dos exposiciones, una sobre Gustav Klimt y otra sobre Friedensreich Hundertwasser, artista austriaco creador de un famoso edificio que ya comenté en mis posts sobre Viena (hundertwasserhaus). En algo más de un ahora asistimos a un espectáculo que visualmente es muy potente. Me gustó eso de que puedas verlo desde cualquier ángulo y que puedas sentarte en cualquier lado para disfrutarlo.
Por la noche llegaba Kylie, pero eso será mañana. Espero que os haya gustado esta intensa primera parte.
Gracias por leerme.